lunes, 22 de noviembre de 2010

Alta Temperatura de la Atmósfera.

"... era de todo menos hembra"

Florencia Menéndez


El viento lastimaba y el mar amenazaba. La palabra "inhóspito", tantas veces leída, tantas veces vacía, estaba ahí.
La arena era dura y de un amarillo sucio y largos pastos crecían al descuido, largos, ásperos. Látigos verdes esparcidos por el arenal.
Yo sólo quería pensar. Decidir entre regresar o quedarme avivir en ese mundo para siempre. LLevaba un trapo descolorido sobre el pecho, arrollado, como un niño triste.
Me tumbé en la playa de cara al sol (otra frase no puedo poner). Los rayos eran agresivos como la arena que el viento incrustaba en la piel, como pequeñas piedrecillas de tortura.
Pasó un tiempo, un tiempo marino, o sea , indefinible.
Ahí apareció.
Las pupilas dilatadas , los ojos casi naranjas sobre una piel que parecía verde, una voz de otro mundo que recitaba el poema más bello, más cruel y más peligroso que se podía escuchar. Son palabras que no quiero repetir.
Su cara estaba casi pegada a la mía, tenía que romper el hechizo y le pregunté cuánto quería. Me mostró cuatro monedas de 25 centavos, plateadas y refulgentes. Creo que me quedé ciega por unos segundos. Me lamió. El intento había sido infructuoso.
Se quiso tumbar al lado mío, pero el viento se lo impedía. Me levanté para mostrarle los hilos finos de sangre que corrían sobre mi espalda. "La arena lastima", creo que le dije , pero al final lo consiguió.
A mi lado, murmuró algo, pero ese murmullo se confundió con el sonido del viento y con el rumor de las olas , que se agigantaban y rugían.
Mi retina fue herida, había llegado el momento. Jamás solté el trapo, que tenía arrolladito junto a mí, en el centro mismo de mi pecho, que se abría, mostrando un corazón que retumbaba, que hacía un ruido quizás más poderoso que el de pleamar.

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